martes, 31 de marzo de 2015

LA SEMANA SANTA Según el nuevo Ordo de Semana Santa (1956)

LA SEMANA SANTA
(Celebración dolorosa de la Redención)

Semana Santa y Semana Mayor llama la liturgia a la última semana de Cuaresma, porque en ella se conmemoran los misterios más santos y más augustos de, nuestra religión. Son días de luto, pero de un luto reconfortador, pues recuerdan la muerte afrentosísima del Hombre-Dios, y por ella nuestra redención. ¡Cuán al vivo nos pintan los oficios de estos días la perversidad y la ingratitud de los hombres para con Dios, y la mansedumbre y el amor entrañable de Jesús para con la humanidad!
Hay ceremonias en esta semana como para conmoverse y llorar, ora de alegría, ora de conmiseración. Recorrámoslas rápidamente, aunque sólo sea para formarnos una idea general del bello panorama que la Iglesia va a ofrecer a la vista de sus hijos.

1. Domingo de Ramos. Antes de prestarse a ser crucificado, Jesucristo desea ser proclamado Rey por el mismo pueblo deicida, y por eso entra hoy triunfante en Jerusalén.
La liturgia de este día es una mezcla de alegría y de tristeza. Hay que notar en ella tres particularidades


a) la bendición de los ramos;
b) la procesión, y
c) la Misa.

a) La bendición de los ramos. Precede a la Misa. Una vez benditos los ramos, el celebrante los rocía con agua bendita y los inciensa, y al compás del canto de las antífonas "Pueri hebraeorum", que recuerdan los vítores de los niños hebreos, se hace la distribución. Al recibirlo, los fieles han de besar el ramo y la mano del sacerdote.
El rito de la bendición de los ramos responde fielmente al tipo antiguo de las synaxis alitúrgicas, tenidas, a imitación de las celebradas por los judíos en sus sinagogas, para la recitación del oficio divino, para la edificación e instrucción de los fieles, etcétera, pero sin la ofrenda del Santo Sacrificio.

b) La procesión. Acabada la distribución, se forma y desfila la procesión, que semeja un paseo triunfal. Es de origen muy antiguo y una como continuación de la que, ya en el siglo IV, se realizaba en Jerusalén, con asistencia de toda la ciudad y de los mismos monjes de la Laura de Pharan, y presidida por el obispo, quien, para mejor representar a Nuestro Señor, cabalgaba montado en un jumento. Todos los que toman parte en la procesión, llevan en sus manos las palmas o ramos benditos, y los cantores entonan cánticos alusivos al triunfo de Jesucristo. Al llegar, de regreso, a las puertas del templo, la comitiva las encuentra cerradas. Detiénese ante ellas, y oye que en el interior voces infantiles entonan un himno, cuyo estribillo repiten los de afuera, como entrelazándose en un porfiado diálogo en alabanza de Cristo Rey.
Es el célebre himno "Gloria, laus..." compuesto, en el siglo IX, según se cree, por Teodulfo, obispo de Orleáns, estando prisionero en Angers por orden del rey Luis el Bueno, y cantado por él, o por un coro de niños por él preparados, en el preciso momento de pasar el rey por delante de la cárcel acompañando a la procesión de ramos.
Terminado el himno, el subdiácono pide la entrada en el templo para él y para toda la comitiva, golpeando la puerta con la Cruz procesional, y los de adentro los reciben al son de nuevos cánticos.
Este rito representa la entrada de Jesucristo en el cielo, cuyas puertas, cerradas por el pecado, tuvo Él que abrirlas por virtud de la Santa Cruz, siendo recibido por los Ángeles al son de músicas y cánticos.

c) La Misa. Con la procesión se extingue la nota alegre y triunfante de este día, y se apodera del templo y de los oficios litúrgicos un sentimiento de profundo dolor. Éste llega a su colmo en el canto de la historia de la Pasión según San Mateo, que reemplaza al pasaje acostumbrado del Evangelio.
En señal de duelo no se inciensa el Misal ni los acólitos llevan ciriales como de ordinario. Los fieles están de pie, como para vitorear a Cristo mientras los judíos lo escarnecen. La cantan en tono muy severo y con música del maestro Victoria, contemporáneo de Palestrina, retocada últimamente por los monjes de Solesmes. Está distribuída en forma de diálogo, en el que intervienen como actores: Jesucristo (+), el Cronista (C) y la Sinagoga (S), por la que habla el tercer diácono siempre que media en la conversación un personaje aislado, y el coro o asamblea de fieles cuando son varios o todo el pueblo en tumulto. Al anunciar el Cronista la muerte del Señor, el clero y los fieles se prosternan en tierra, por breves instantes, para adorar al Redentor. Prosigue el relato de lo sucedido después de la muerte.

2. Lunes Santo. Jesús, que el domingo de Ramos por la tarde se retiró a Betania al castillo de sus amigos, vuelve hoy de madrugada a Jerusalén, en cuyo camino maldice a la higuera estéril y es asediado a preguntas insidiosas por sus enemigos. Por la tarde regresa de nuevo al castillo.
La liturgia de este día no ofrece ninguna particularidad.

3. Martes Santo. Nueva visita de Jesús al templo de Jerusalén, acompañado por sus discípulos. En el camino contempla la higuera seca, y el Maestro aprovecha la ocasión para insistir sobre la necesidad de la fe. En el templo se le acercan sus enemigos para provocarlo, y Él les expone la parábola de los viñadores y les responde a diversas preguntas. Toma algunas providencias para la próxima Pascua, y se retira a Betania.
La única particularidad de la liturgia de hoy es el canto, en la Misa, de la historia de la Pasión, según San Marcos, con los mismos ritos que el domingo.

4. Miércoles Santo. El apóstol Judas, contrata hoy la venta de su Maestro, y los primates del pueblo discurren en el Sanhedrín sobre la manera de hacerlo prisionero. ¡Ya comienza el gran drama, ya se inician los misterios!
En la Misa, antes de la epístola reglamentaria, se intercala una lectura del profeta Isaías, que antiguamente estaba dirigida a los catecúmenos que celebraban hoy el sexto escrutinio. En lugar del Evangelio se canta la historia de la Pasión según San Lucas, en la misma forma que el domingo y el martes.
 

5. Jueves Santo. Jueves Santo, con su Misa solemnísima, y con las visitas al monumento, envuélvenos en una como ola eucarística, que nos obliga a no pensar en nada más qué en la última Cena de Jesús y en la institución del Sacerdocio y del Sacramento del amor. Es un día medio de gozo, medio de tristeza: de gozo, por la rica herencia que nos deja Jesús al morir, en testamento; de tristeza, porque se oculta a nuestra vista el Sol de Justicia, Jesucristo, y empieza a invadirlo todo el espíritu de las tinieblas.
Antiguamente, en la mañana de ese día, había tres grandes funciones litúrgicas, que se celebraban en tres misas diferentes: la Reconciliación de los penitentes, la Consagración de los óleos, y la conmemoración de la Institución de la Eucaristía. De la primera sólo ha quedado como vestigio la bendición "urbi et orbi" que da hoy el Papa desde la loggia del atrio de la Basílica Vaticana.
En la actualidad, la liturgia del Jueves Santo se distribuye así:

a) El Oficio de Tinieblas;
b) La Misa Crismal (en la Catedral);
c) La Misa vespertina con el Mandato o lavatorio de los pies;
d) La procesión al monumento;
e) El despojo de los altares.

a) El oficio de Tinieblas.  El oficio de Tinieblas no es otra cosa que los maitines y laudes del Jueves, Viernes y Sábado Santo, con la anterior disciplina eran anticipados a la víspera correspondiente, al acercarse las tinieblas de la noche, para que pudiera asistir a ellas aun el pueblo trabajador. Hoy solo se puede anticipar el Oficio de tinieblas del Jueves Santo al Miércoles a la tarde sólo en aquellas iglesias en las que el Jueves a la mañana se celebra la Misa Crismal

El oficio del Jueves recorre la Pasión entera del Señor; el del viernes insiste sobre su Muerte y su larga Agonía; y el del sábado celebra sus Exequias y su Sepultura.

Este oficio presenta casi todas las características de un funeral: salmos, antífonas y responsorios lúgubres y lamentables, ningún himno, ninguna "doxología"; tonos severos y sin acompañamiento de ningún instrumento músico; altares desnudos y con velas amarillas, como si fueran catafalcos, y al fin, casi absoluta oscuridad.

El conjunto literario es de lo más bello y sublime que atesora la liturgia, y lo mismo podemos decir de la parte musical.

Las Lecciones del I Nocturno están sacadas de los "Trenos" o "Lamentaciones" de Jeremías, por cuya boca deplora la Iglesia, con acentos desgarradores, la ruina y desolación de Jerusalén, es decir, de la humanidad prevaricadora; y para imprimir a sus quejas un sentimiento más hondo y penetrante, ha revestido la letra de estos trenos con una melodía plañidera y melancólica, muy parecida, si es que no es la misma, a la que cantan los judíos.
Durante estos oficios, hay en el presbiterio un tenebrario o candelabro triangular con quince velas escalonadas de cera amarilla, las cuales se van apagando una tras otra al fin de cada salmo de maitines y laudes, empezando por el ángulo derecho inferior, quedando encendida solamente la más alta, que en algunos sitios suele ser blanca. Mientras se canta el "Benedictus" apáganse también las velas del altar, y el templo queda casi en completa oscuridad, máxime cuando, a la única vela encendida del tenebrario se la oculta detrás del altar. Al Final el clero y los fieles producen un leve ruido de manos, de libros y matracas, que cesa repentinamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar.

Todos estos detalles un tanto dramáticos tienen su significado. El apagamiento sucesivo de las velas del Tenebrario y del altar, recuerda el abandono y defección casi general de los discípulos y amigos del Señor, al tiempo en que era atormentado por los judíos. La, única vela encendida representa a Jesucristo. Se le oculta tras el altar, para significar su sepultura y su desaparición momentánea de este mundo, reapareciendo con nuevo brillo el día de su Resurrección. El ruido final imita las convulsiones y trastornos que sobrevinieron a la naturaleza en el trance de la muerte del Salvador.

b) La Misa Crismal. En las catedrales celébrase con extraordinaria pompa la bendición y consagración de los santos óleos, efectuada por el obispo, acompañado por doce sacerdotes, siete diáconos y siete subdiáconos, revestidos con los correspondientes ornamentos.

c) La Misa Vespertina. Por la tarde solamente hay una Misa en cada iglesia, y sería el ideal que en ella comulgasen el clero y los fieles. Los ministros y la cruz del altar están revestidos de ornamentos blancos, en honor a la Eucaristía. Como en los días de júbilo, se empieza por tañer el órgano y cantar el Gloria, durante el cual se echan a vuelo las campanas de la torre y se tocan las campanillas del altar, enmudeciendo en señal de duelo todos esos instrumentos desde este momento hasta el Gloria de la misa del Sábado Santo. Prosigue la Misa en medio de cierto desconsuelo producido por el silencio del órgano. En ella se suprime el ósculo de paz, por temor de recordar el beso traidor con que Judas entregó tal día como hoy a su Maestro. El celebrante consagra más hostias, para la comunión de hoy y la de mañana; y para reservarlas hasta mañana en el monumento.
 El lavatorio de los pies. En las iglesias catedrales, en las grandes parroquias y en los monasterios, tiene lugar, después de la homilía  la ceremonia del lavatorio de los pies a doce o trece pobres. Está a cargo del prelado o superior. Es un acto solemne de humildad con que el pastor de los fieles imita al que en la tarde del Jueves Santo realizó Nuestro Señor con sus discípulos, antes de comenzar la Cena, y una promulgación anual del gran “mandato” de la caridad fraterna formulado por Él al tiempo de partir de este mundo para el cielo.
El número doce de los pobres representa a los doce apóstoles, y el trece, según Benedicto XIV, al Ángel enviado de Dios que misteriosamente se agregó a la mesa del Papa San Gregorio Magno en la que, como de costumbre, comían cierto día los doce pobres por él invitados, y cuyos pies previamente lavaba.

d) La procesión al “Monumento”. Terminada la Misa, se organiza una procesión para llevar al “Monumento” las hostias consagradas que ha reservado el celebrante, las cuales reposarán allí hasta mañana, y recibirán entretanto las visitas de los cristianos que, aisladamente y en piadosas caravanas, acudirán al templo atraídos por el Amor de los Amores y por el beneficio espiritual de las indulgencias concedidas.
El “Monumento” es simplemente un altar lateral de la iglesia, lo más rico y artísticamente adornado que sea posible, con muchas flores y muchas velas y con un sagrario móvil colocado a cierta altura. Ningún emblema ni recuerdo de la Pasión debe de haber en él, y menos soldados y guardias romanos pintados en bastidores, como en algún tiempo lo estilaron ciertas iglesias.


e) El despojo de los altares. A la procesión, que termina bruscamente con la reposición de las sagradas hostias en el sagrario, sigue el rezo llano y grave del salmo 21 durante el cual el celebrante y sus ministros despojan los altares de todo el ajuar, dejándolos completamente desnudos hasta el Sábado Santo, para anunciar que hasta ese día queda suspendido el Sacrificio de la Misa. Al mismo tabernáculo se le desposee de todo y se le deja abierto, para dar todavía mayor impresión del abandono total en que va a encontrarse Jesús en medio de la soldadesca.
Históricamente, este despojo de los altares recuerda el uso antiguo de desnudarlos diariamente, a fin de que, no estando adornados más que para la Misa, resaltase más vivamente la importancia del augusto Sacrificio eucarístico.

6. Viernes Santo. El Viernes Santo, hablando en lenguaje litúrgico, amanece, sombrío y melancólico, como barruntando algo siniestro que en él va a suceder. Jesús ha pasado la noche entre la chusma, siendo el escarnio de la soldadesca, acosada, se diría, por el mismísimo Satanás. Azotado y escupido, desollado y coronado de espinas y cargado con el pesado madero, el divino Nazareno atraviesa las calles de Jerusalén. Va al Calvario a extender sus brazos y a abrir sus labios para abrazar y besar con un solo ademán a toda la humanidad. La naturaleza lo ve, y se horroriza; y anochece el día lo mismo que había amanecido, sombrío y melancólico. Por lo mismo la liturgia de esta dolorosa jornada se celebra toda ella en la penumbra y con todo el aparato fúnebre: pocos cirios amarillos, ornamentos negros, cantos lúgubres, matracas, "improperios" o quejas de amargura...; eso por la tarde, y por la Mañana; las "tinieblas", que insisten sobre la larga agonía y la muerte del Señor."La Misa de hoy ni tiene principio ni fin; porque el que es principio y fin padeció hoy tan amarga Pasión. Ninguna hostia se consagra; porque el Hijo de Dios estaba hoy en el ara de la Cruz consagrado. Caemos en tierra de rodillas, adosando y besando la Cruz, porque se te acuerde que tu Redentor se inclinó cuando la Cruz estaba tendida en el suelo, abriendo aquellos sagrados y delicados brazos y manos, para que se las enclavasen, y enclavado, fué en la Cruz elevado en el aire..." (1).

En cuatro partes se distribuyen los oficios Vespertinos de hoy:
a) las lecturas ,
b) las Oraciones Solemnes;
c) el descubrimiento y adoración de la Cruz, y
d) la Comunión.

a) Las Lecturas. El altar está del todo desnudo, y las velas apagadas. Los ministros sagrados, al llegar al presbiterio, se postran completamente en tierra, en cuya posición humilde permanecen unos minutos, durante los cuales los acólitos cubren con un solo mantel la mesa del altar.

No hay palabras, cánticos ni gestos que puedan expresar más intensamente el abatimiento que embarga hoy a la Iglesia a la vista de Jesús Crucificado. Este silencio aterrador y esta larga postración, adorando y condoliendo al Divino Redentor, es el primero, y quizás el más elocuente, de los ritos de hoy.

Puestos de pie los ministros, cántase, sin título ni anuncio de ninguna clase y en tono de profecía, un pasaje del profeta Oseas (c. VI) proclamando la próxima resurrección y triunfo del Crucificado, al que sigue un tracto y una colecta, haciendo resaltar, en esta última, el contraste entre el castigo de Judas y el premio del buen Ladrón. Una segunda lectura, tomada del Éxodo (c. XII) relata las circunstancias con que los israelitas sacrificaban y comían el Cordero pascual. Por fin, se canta la historia de la Pasión, según San Juan, en la misma forma que los días anteriores.


b) Las Oraciones Solemnes. Concluída la Pasión, cántase una serie de oraciones por la Iglesia, por el Papa, por todos los ministros de la jerarquía eclesiástica, por las vírgenes, por las viudas, y por los catecúmenos; por la desaparición de los errores, pestes, guerras y hambres; por los enfermos, por los encarcelados, por los viajeros, por los marineros; por la conversión de los herejes; por los "pérfidos" judíos, "para que Dios levante el velo que cubre su corazón y así también ellos conozcan a Jesucristo", y por los paganos.

De nadie se olvida la Iglesia en este día de perdón universal. A cada oración precede un anuncio solemne de la misma y, para mover más a Dios, una genuflexión general de toda la asamblea.
El texto de estas oraciones y el modo de hacerlas son antiquísimos, y recuerda el tenor de las usadas en las primeras reuniones religiosas y hasta en las sinagogas judías. Es la oración litánica que antiguamente seguía a la invitación Oremus que precede inmediatamente al ofertorio de la Misa.


c) Descubrimiento y adoración de la Cruz. A las ocho de la mañana, refiere la peregrina Etheria, se celebraba en Jerusalén, en la capilla de la Santa Cruz, la adoración del Lignum Crucis, por el obispo, el clero y todos los fieles, ceremonia que duraba hasta el mediodía. Para satisfacer la piedad de todos los cristianos del mundo, esta devoción pasó de Jerusalén a algunas iglesias privilegiadas, y por fin, a todas las de la cristiandad.

Como el Crucifijo está tapado desde el sábado anterior al Domingo de Pasión, el celebrante empieza por descubrirlo, en esta forma: despójase de la capa pluvial, en señal de humildad, y tomando el Crucifijo lo descubre en tres veces: la primera vez, la parte superior, cantando en voz baja la antífona "Ecce Lignum Crucis", al mismo tiempo que la muestra al pueblo; la segunda, la cabeza, cantando en tono más elevado; y la tercera, todo lo restante del Crucifijo, cantando ya a plena voz, y desde el medio del altar.

Parece ser que con este descubrir progresivo de la Cruz y la elevación; por tonos, de la voz, quiere significar la liturgia la triple etapa por que pasó la predicación del misterio de la Cruz: la primera como al oído, tímidamente, y sólo entre los adeptos del Crucificado; la segunda, ya después de Pentecostés, pública y varonilmente, y a todos los judíos; y la tercera, a todo el mundo y con toda la fuerza de la palabra.

La adoración la hacen todos los fieles, empezando el celebrante y el clero; éstos, en señal de humildad, con los pies descalzos. Antes de acercarse a la Cruz, hacen todos, a convenientes distancias, tres genuflexiones de ambas rodillas; en la última, la adoran besándola. Entre tanto los cantores cantan con conmovedoras melodías el "Trisagio", en griego y en latín; los "Improperios" o reproches amargos de Dios al ingrato pueblo judío, y, en su persona, a los malos cristianos de todos los siglos; y el hermoso himno de Fortunato Pange Lingua, en honor de la Cruz.

En adelante la Cruz presidirá los oficios religiosos y, como un homenaje singular; aun el clero, al pasar delante de ella, la saludará con una genuflexión.


d) La Comunión. Al final de la adoración de la Cruz, se encienden las velas del altar, se extiende sobre él el corporal, y se organiza, lo mismo que ayer, una solemne procesión al lugar de reserva, para tomar las hostias allí reservadas. Con estas hostias consagradas ayer, o "presantificadas", se celebra el rito que el Misal denominaba Misa de presantificados y los antiguos llamaban "Misa seca", porque en ella no hay consagración, sino solamente comunión del celebrante y del pueblo con las hostias previamente consagradas. El recuerdo del Sacrificio sangriento del Calvario embarga hoy de tal modo a la Iglesia, que renuncia a la inmolación incruenta de cada día.

El rito se desarrolla en esta forma: Puesto el copón sobre el corporal, el celebrante reza con el clero y con el pueblo el Pater noster; recita en voz alta la oración Liberanos que le sigue; luego, en silencio, otra, como preparación a la comunión, y comulga únicamente bajo la especie de pan; luego se distribuye la comunión como de ordinario.

A continuación los fieles se entregan a la meditación de la Pasión y Muerte del Señor y Soledad de María.

En Jerusalén -según la mencionada peregrina Etheria- y al terminarse la adoración de la Cruz, que era ya el medio día, comenzaba una serie de lecturas e himnos como para venerar el sagrado madero, durante los cuales a menudo se oían suspiros y sollozos de los fieles. A las tres se leía la historia de la Pasión según San Juan, y a continuación se rezaba Nona, y como anochecía pronto, no había, ya Vigilias, si bien muchos fieles pasaban la noche entera delante de la Cruz.


7. Sábado Santo. Jesús ha pasado toda la noche y pasará también todo el sábado en el sepulcro, custodiado por los soldados, sobornados por el Sanedrín para testificar contra su Resurrección. La Iglesia está hoy toda absorta en ese hecho, y conforme al uso primitivo, todo el día del sábado lo dedica a conmemorar y venerar la muerte y sepultura del Redentor, a las que alude todo el Oficio del día. Tal debe ser también la preocupación de los fieles por todo el Sábado Santo: meditar y venerar la sepultura del Redentor, asistiendo, en cuanto les sea posible, a los oficios litúrgicos y funciones extralitúrgicas del día.

El Sábado Santo es un día "alitúrgico", es decir, sin sacrificio eucarístico, pero con el Oficio Divino completo. Éste, por lo tanto, se compone de Maitines y Laúdes, Horas Menores, Vísperas y Completas, y ha de rezarse en sus horas correspondientes. Por lo mismo, las Tinieblas del Viernes Santo ya no tienen lugar, como antes, al anochecer de ese día, sino el sábado por la mañana.

No habiendo, pues, en el Sábado Santo actual, como acabamos de exponer, más que Oficio Divino, los fieles harán bien en asistir a él y en visitar en los templos el Santo Sepulcro, preparando sus corazones para la celebración pascual.



S. Vigilia pascual. La Vigilia pascual, consta de los siguientes ritos:

a) la Bendición del fuego nuevo,
b) la Bendición del Cirio pascual,
c) la introducción del Cirio, con la luz nueva, en el templo, y el canto del "Exúltet",
d) las lecturas bíblicas,
e) la Bendición de la Pila bautismal,
f) la Renovación de las promesas del Bautismo,
g) la Letanía de los Santos, y
h) la Misa solemne de "Gloria".
 No es el caso ya de pasar toda o casi toda la noche en vela, sino de santificar en el templo las últimas horas del sábado y las primeras del domingo, esperando el triunfo de la Resurrección de Jesucristo, que presagia cada uno de esos ritos y que la solemne Misa pascual anuncia como sucedido.

a) La Bendición del fuego nuevo. La Vigilia pascual comienza con la Bendición del fuego nuevo, el cual ha de encenderse por medio del pedernal para significar que Cristo, a quien el pedernal representa, es el origen de la luz, la cual ha de brotar de ese fuego bendito.
Este rito puede hacerse o en el atrio o dentro del templo, pero cerca de la puerta, como pueda ser mejor visto por los asistentes.


b) Bendición del Cirio pascual. Terminada la Bendición del fuego, el celebrante prepara el Cirio pascual trazando sobre él con un estilete una cruz, escribiendo con el mismo la primera y la última letra del alfabeto griego (Alfa y Omega) y los números correspondientes al año en que se vive, en esta forma y diciendo las palabras del caso. Luego, se bendicen cinco granos de incienso (si no están ya benditos de otro año) y se los clava en el Cirio el cual se enciende con el fuego nuevo, y entonces, finalmente, es él bendecido con una breve fórmula.

Este Cirio, así con tanto cuidado preparado por el sacerdote y por fin encendido y bendecido, representa a Jesucristo Resucitado y recuerda a la vez a la columna luminosa que acompañaba y guiaba por la noche a los hebreos, a su paso por el desierto. Los granos de incienso recuerdan por un lado las llagas del Crucificado y por otro los perfumes y ungüentos que prepararon las santas mujeres para embalsamar el cadáver de Jesús. Por eso va a ser el Cirio el blanco de las miradas y de los homenajes de los fieles cristianos reunidos esta noche en el templo para la Vigilia pascual, y su luz va a iluminarlo y alegrarlo todo y a todos.


c) Introducción del Cirio encendido. En solemne procesión introduce el diácono en el templo el Cirio encendido, encendiendo con él, primero, el celebrante su propia vela; segundo, todo el clero, y tercero todo el pueblo y la luminaria del templo, inundándose así de la nueva luz, que simboliza a Cristo, todo el ambiente sagrado. A continuación el diácono canta el "Exúltet", previa incensación del libro y del Cirio, que ocupa un lugar céntrico del coro.

El Exúltet o "Angélica", o más propiamente Prcecónium paschale o "anuncio pascual", es un poema lírico dedicado a la luz y a la Resurrección de Jesucristo. Primitivamente su composición estaba librada a la inspiración personal del diácono encargado de cantarlo, lo que dio margen a veces a retóricos abusos y adornos excesivos de estilo, de los que el actual está exento. En cambio está henchido de teología, acerca del misterio de la Redención.

Antiguamente (y también hoy, por fortuna), se procuraba hacer en este momento una muy profusa iluminación dentro del templo, para que los hechos concordasen con las palabras del diácono. Este Cirio quedará en el presbiterio todo el tiempo pascual, como testimonio de la Resurrección de Jesucristo.


d) Lecturas bíblicas. Como reminiscencia de la preparación doctrinal y bíblica que en la antigüedad se daba a los catecúmenos para el bautismo, en el nuevo rito de esta Vigilia pascual (1956) se han conservado cuatro de las antiguas lecciones o profecías del Misal romano, con sus tractos y las oraciones, correspondientes

e), f) y g) Letanía, Bendición de la Pila bautismal y Renovación de las promesas. - Terminadas las lecturas bíblicas, se comienza con la Letanía de los Santos, la cual se interrumpe antes de "Propitius esto" para efectuar la Bendición de la Pila bautismal, en medio del coro, o, si el baptisterio lo requiere, en el baptisterio, después de la cual se hace la Renovación de las promesas del Bautismo, y se prosigue la letanía hasta el fin, enlazándola con los Kyries de la Misa.

La Letanía de los Santos y la Bendición de la Pila ya estaban en el anterior rito del Sábado Santo, mas no así la Renovación de las promesas del Bautismo, que ha sido introducida por primera vez ahora. Ésta, lo mismo que la Bendición de la Pila, se hace delante del Cirio pascual, como si fuera delante de Cristo, incensándolo previamente. El rito no puede ser más solemne ni más apropiado para esta noche, en que primitivamente se administraba el bautismo a multitud de catecúmenos, y en que además recuerda al cristiano, con San Pablo, haber sido también él sepultado con Cristo por medio de su bautismo, dejando en la pila de la regeneración espiritual sus vicios y concupiscencias. Esta Renovación viene a ser una reminiscencia de la antigua "Pascua annotina", de la que hablan no pocos rituales antiguos.
La Bendición de la Pila bautismal, que podemos decir es el rito central de esta noche, es sumamente interesante y está llena de un rico simbolismo. Para expresar la infusión del Espíritu Santo sobre el agua bautismal, el celebrante sopla y alienta repetidas veces sobre ella y sumerge en la pila el Cirio pascual, pidiendo descienda con él en el agua "la virtud" del Paráclito. Reservada, luego, el agua necesaria para el uso del templo y de los fieles, a la que se destina para el bautismo se la mezcla con el óleo de los catecúmenos y el Santo Crisma y se la guarda en el baptisterio.

Antiguamente se administraba en este momento el bautismo a los catecúmenos, que eran multitud, y luego se les confirmaba. Hoy, si se presenta el caso, se administra el bautismo, mas no la confirmación.


h) Misa de "Gloria". Se engarza con las Letanías de los Santos, cuyos Kyries finales reemplazan a los de la Misa. Los ministros usan ornamentos blancos. Al entonar el "Gloria", rompen su silencio el órgano y las campanas, descórrense las cortinas moradas que cubren los altares, y el templo entero recobra el aspecto festivo.

Después de la Epístola hace su entrada triunfal en los oficios litúrgicos el "Aleluya", que el celebrante canta tres veces. No hay Credo, Ofertorio, ni Agnus Dei, ni ósculo de paz, y también se han suprimido las Vísperas, que antes se intercalaban a continuación de la Comunión. Con el "Ite missa est" aleluyado, terminan los oficios de esta "noche feliz", los cuales son como la primera estrofa del himno triunfal de la triunfante y gloriosa Resurrección.
En las iglesias benedictinas, al Ofertorio de la Misa se bendice el Cordero Pascual, figura de. Jesucristo, para reanudar, con esa carne bendita y con el beneplácito de la Iglesia, la comida de carnes prohibida a los monjes durante toda la Cuaresma. Además, simbolízase en él a Jesucristo, Cordero de Dios, inmolado por los hombres, y asado, que diríamos, en la parrilla de la Cruz y dado en manjar en la Comunión.
Demás estará advertir que los qué asisten a esta Misa de media noche cumplen con ella el precepto dominical, y que los que en ella comulgan pueden volver a comulgar el día de Pascua. Sin embargo, harán bien los cristianos en asistir a la Misa solemne del día, para santificar y distinguir al día más grande del Año litúrgico.

NOTAS:
(1) Juan de Padilla (El Cartujano): Cancionero Castellano del s. X V, p. 443.

EXTRAÍDO DE: Dom ANDRÉS AZCÁRATE: La Flor de la Liturgia; Buenos Aires, Abadía de San Benito.
Adaptado al nuevo Orden de la Semana Santa (1956) por Adrián José Blanco
Texto original: STAT VERITAS

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