martes, 6 de enero de 2015

La fiesta de la Epifanía

La fiesta de la Epifanía


   Epifanía significa “manifestación”, y es, en efecto, la fiesta instituida para honrar tres grandes manifestaciones de la Divinidad de Jesucristo a los hombres: la primera, con ocasión de la Adoración de los Magos de Oriente; la segunda, en el acto de su Bautismo, en el Jordán; y la tercera, en las bodas de Caná.
En la primera, los mismos Magos lo reconocieron como Dios, adorándolo y ofreciéndole, junto con otros dones, incienso; en la segunda, fué el Padre Eterno quien lo proclamó Hijo de Dios; y en la tercera, Él mismo se manifestó como tal, convirtiendo milagrosamente el agua en vino.
   La fiesta de la Epifanía es de origen oriental, como la de Navidad es de origen romano. Al instituirse esta última en Roma, por el siglo IV efectuóse entre el Oriente y el Occidente una especie de intercambio litúrgico, aceptando aquél la fiesta romana de Navidad, y éste la griega de la Epifanía. Desde entonces, el objeto de ambas festividades está bien deslindado en la Liturgia.
   Por lo que se refiere a la Epifanía, la antífona del Magnificat (II Vísp.), dice expresamente que es éste un día destinado a honrar tres milagros: la conducción de los Magos al pesebre del Niño Dios, por medio de una estrella; la conversión del agua en vino, en las bodas de Caná, y el Bautismo de Jesucristo, por San Juan. De los tres acontecimientos, el viaje de los Magos es el que ocupa mayor lugar en la liturgia de este día, y casi es el único a que la Iglesia y los fieles prestan la atención. Los otros dos tendrán su digna conmemoración en días y domingos sucesivos. Históricamente hablando, ninguno de estos tres sucesos, ni aún el del Bautismo del Señor consta de que acaeciese el 6 de enero. Si se los ha unido en una misma fiesta, ha sido por entrañar cada uno una magnífica manifestación de la divinidad de Jesucristo.
   El de “Epifanía” es, pues, el nombre litúrgico y oficial de esta festividad; pero los calendarios populares desígnanla con el más poético de fiesta de los “Santos Reyes”, de cuya dignidad impropiamente se ha investido a los Magos.
En torno de esta fiesta se han tejido leyendas encantadoras de carácter cristiano, que aún subsisten en los países católicos y tienen su repercusión en los hogares. Se ha hecho a los Magos, reyes; cuando sólo eran sabios, o a lo sumo, sacerdotes. Se ha dicho y escrito que fueron dos, tres, seis, ocho, doce y hasta quince; siendo San León, después de Orígenes, el primero que en el siglo V habla de tres. Los nombres vulgares de Melchor, Gaspar y Baltasar datan del siglo VII, y aunque no constan en documentos serios, la. liturgia los ha admitido por lo menos en el Ritual Romano. En el siglo VIII, el Venerable Beda describe a Melchor anciano y de larga barba; a Gaspar, joven, lampiño y rubio; y a Baltasar, negro y de espesa barba, pero esta diferencia de razas no se advierte en la escultura, pintura y numismática primitivas.
   Los presentes que ofrecieron cada uno de los Magos al recién nacido, fueron: oro, incienso y mirra, que llevaban en preciosos cofres. Por este triple don adoraron a Jesucristo como Dios, como Rey y como Hombre mortal. Cada uno de estos tres dones simboliza una virtud, a saber: el oro, la caridad; el incienso, la oración; y la mirra, la mortificación.
   En recuerdo de esto, acostúmbrase en muchas iglesias a bendecir y ofrecer en la Misa de Epifanía oro, incienso y mirra; y algunos reyes cristianos, como los de España, eligieron ese día para regalar tres cálices de oro a tres distintas iglesias. En algunos monasterios benedictinos es de tradición bendecir en el Ofertorio de la Misa, tres tortas conmemorativas. Ya se han hecho famosas en Buenos Aires las de la Abadía de San Benito de aquella Capital.

Anuncio de las fiestas movibles.

   El día de Epifanía, después del Evangelio y de la Misa solemne, en las iglesias catedrales y monasteriales, hácese, bajo una fórmula y una melodía tradicionales, el anuncio oficial de todas las fiestas movibles del nuevo año, así como de la fecha en que ha de reunirse el Sínodo diocesano. Como rito importante que es, desempéñalo, en las catedrales, el archidiácono o algún canónigo o beneficiado, y en los monasterios el cantor mayor, revestido de pluvial y desde el mismo púlpito o ambón donde se canta el Evangelio.
En la primitiva Iglesia, así de Oriente como de Occidente, en que las fiestas anuales reducíanse a la Pascua y a sólo unos cuantos aniversarios de Santos Mártires, el anuncio y convocatoria a las mismas hacíalos el obispo en la última asamblea litúrgica, a la manera que ahora hacen los párrocos semanalmente los avisos religiosos. Como la fijación de la Pascua era entonces labor muy delicada y suscitó apasionadas controversias, el concilio de Nicea (325) encargó oficialmente a los obispos de Alejandría, sede a la sazón de sabios astrólogos y calculistas, efectuar anualmente esa labor y participar el resultado a las demás iglesias del mundo; como efectivamente lo cumplían mediante circulares llamadas “Cartas pascuales”, que procuraban llegasen a su destino alrededor de Navidad. Una vez recibido esta especie de calendario, cada obispo lo daba a conocer a los diocesanos, empezando por proclamarlo oficialmente en la catedral, bajo fórmulas más o menos consagradas por la tradición.
   En España, desde el Concilio IV de Toledo (633), la averiguación de la data pascual hacíanla los metropolitanos de común acuerdo, tres meses antes de la Epifanía, para que en esta fecha todas las iglesias la conociesen.
   Con la divulgación de las tablas astronómicas y de los Calendarios, llegó un día en que no fué ya necesario el antiguo procedimiento para enterar a los fieles de las fiestas anuales; pero la Iglesia no suprimió nunca el anuncio oficial de Epifanía, que conservó como una reliquia litúrgica en el Pontifical. La fórmula usada es muy antigua, y su melodía muy parecida a la de Exúltet del Sábado Santo, quizá pertenezca al siglo IV.


Tomado de:  DOM ANDRÉS AZCÁRATE, O.S.B. ; La Flor de la Liturgia; Buenos Aires, Abadía San Benito, 6ta. Ed., 1951