domingo, 12 de febrero de 2017

DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA Año Litúrgico - Dom Prosper Gueranger




DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA 

Año Litúrgico - Dom Prosper Gueranger


DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA - Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger
EL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS. — La Santa Madre Iglesia nos convoca hoy para recordar juntos con ella el relato de la caída de nuestro primer padre. Semejante desastre nos hace presentir el desenlace de la vida mortal del Hijo de Dios hecho hombre, que se dignó hacerse cargo de expiar personalmente la prevaricación del principio y todos los desmanes que después se han ido acumulando. Para poder apreciar la grandeza del remedio, es menester sondear la llaga. Se empleará la presente semana en meditar la gravedad del primer pecado y la secuela toda de desventuras que acarreó al linaje humano.
En otros tiempos, hoy leía la Iglesia en el oficio de Maitines, el relato con que Moisés instruyó a todas las generaciones humanas sobre este catastrófico episodio. La actual disposición de la liturgia no nos da esta lectura hasta el miércoles de la semana, habiendo destinado los días precedentes al relato de los seis días de la creación. Mas nosotros daremos desde hoy lugar a esta importantísima lectura, como fundamento de las enseñanzas de la semana.
DEL LIBRO DEL GENESIS (III, 1-19;
La serpiente, el más astuto de cuantos animales del campo hizo Yavé Dios, dijo a la mujer: ¿Con que os ha mandado Dios que no comáis de los árboles todos del paraíso? Y respondió la mujer a la serpiente: Del fruto de los árboles del paraíso comemos, pero del fruto del que está en medio del paraíso nos ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir. Y dijo la serpiente a la mujer: No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal. Vió, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría, y cogió de su fruto y comió y dió también de él a su marido, que también comió. Y abriéronse los ojos de ambos.
Y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones. Oyeron a Yavé Dios, que se paseaba por el paraíso al fresco del día y se escondieron de Yavé Dios Adán y su mujer, en medio de la arboleda del jardín. Pero llamó Yavé Dios a Adán, diciendo: Adán, ¿dónde estás? Y éste contestó: te he oído en el jardín y temeroso porque estaba desnudo me escondí. ¿Y quién, le dijo, te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol que te prohibí comer? Y dijo Adán: la mujer que me diste por compañera, me dió de él y comí. Dijo, pues, Yavé Dios a la mujer: ¿Por qué has hecho esto? Y contestó la mujer: la serpiente me engañó y comí. Dijo luego Yavé Dios a la serpiente:
 "Por haber hecho esto.
Maldita serás entre todos los ganados
Y entre todas las bestias del campo.
Te arrastrarás sobre tu pecho
Y comerás el polvo todo el tiempo de tu vida
Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer
Y entre tu linaje y el suyo:
Este te aplastará tu cabeza,
Y tú le morderás el calcañal."
A la mujer le dijo:
 "Multiplicaré los trabajos de tus preñeces;
Parirás con dolor los hijos,
Y tu propensión te inclinará a tu marido.
El cual dominará sobre ti."
A Adán le dijo: "Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: no comas de él:
 
"Por ti será maldita la tierra;
Con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida;
Te dará espinas y abrojos,
¥ comerás de las hierbas del campo.
Con el sudor de tu rostro comerás el pan,
Hasta que vuelvas a la tierra,
Pues de ella has sido tomado;
Ya que polvo eres y al polvo volverás"
He aquí la página fatídica de los anales de la Humanidad. Ella basta para explicarnos la presente situación del hombre en la tierra; por ella, asimismo, nos damos cuenta de la actitud que mejor nos cuadra con respecto a Dios. Volveremos a tratar de este relato en días venideros; y desde ahora debe ser el objeto principal de nuestras reflexiones. Pero volvamos a la explicación de la liturgia del día.
MISA
DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA - Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger
Celébrase en Roma la estación en la Iglesia de San Lorenzo Extramuros. Los antiguos liturgistas hacen resaltar la relación que existe entre el justo Abel, cuya sangre derramada por su hermano es objeto de uno de los responsorios de Maitines de esta noche, y el mártir sobre cuyo sepulcro abre la Iglesia romana la Septuagésima.
El Introito de la Misa expresa al vivo los terrores de la muerte de que son víctima Adán y toda su descendencia después del pecado. Un grito, sin embargo, de esperanza sale de en medio de esta desolación. El Señor hizo una promesa el día mismo de la maldición. Confiesen los hombres su miseria, y Dios mismo ofendido será su libertador.
INTROITO
Cercáronme gemidos de muerte, dolores de infierno me rodearon: y en mi tribulación invoqué al Señor, y El, desde su santo templo, escuchó mi voz. — Salmo: Amete yo, Señor, fortaleza mía: el Señor es mi sostén, y mi refugio, y mi libertador. V. Gloria al Padre.
ORACIÓN
En la Colecta reconoce la Iglesia, que sus hijos merecieron los castigos, secuela del pecado, y pide a su favor misericordiosa libertad.
COLECTA
Suplicárnoste, Señor, escuches clemente las preces de tu pueblo: para que, los que nos afligimos justamente por nuestros pecados, seamos librados misericordiosamente por la gloria de tu Nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Corintios (IX, 24-27; X, 1-5).
Hermanos: ¿No sabéis que, los que corren en el estadio, corren todos, ciertamente, pero sólo uno recibe el premio? Corred de modo que lo ganéis. Y, todo el que lucha en la palestra, se abstiene de todo: y ellos, para alcanzar ciertamente una corona corruptible; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Yo también corro, pero no a la ventura; lucho, pero no como si azotara al aire; sino que castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que, habiendo predicado a los demás, sea yo mismo hallado réprobo. Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres caminaron todos bajo la nube; y pasaron todos el mar; y fueron bautizados todos por Moisés en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo manjar espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual (porque bebían de la piedra espiritual que los seguía, y esta piedra era Cristo): pero muchos de ellos no agradaron a Dios.
VIGILANCIA Y GENEROSIDAD. — La enérgica palabra del Apóstol acrece aún nuestra emoción al recuerdo de los trascendentales sucesos vislumbrados en este día. El mundo es una palestra en la que es menester correr; el galardón le alcanzan los ágiles y desembarazados en la carrera. Abstengámonos de cuanto pueda estorbarla y hacernos perder la corona. No nos forjemos ilusiones; nada podemos prometernos mientras no lleguemos al final de la contienda. Nuestra conversión no ha sido, a buen seguro, más sincera que la de San Pablo y nuestras obras más abnegadas y meritorias que las suyas: y sin embargo, como él mismo lo confiesa, el recelo de verse reprobado no ha desaparecido del todo en su corazón. Castiga su cuerpo, y le esclaviza. El hombre, en el estado actual, no posee la recta voluntad de Adán antes de su pecado, de la que, no obstante, hizo tan mal uso. Nos arrastra fatal inclinación, y no podemos conservar el equilibrio sin sacrificar la carne al yugo del espíritu. Dura parece esta doctrina a la mayoría de los hombres, y por lo mismo, muchos no llegarán al final de la carrera, ni, consecuentemente, les cabrá parte en la recompensa que les estaba destinada. Como los Israelitas de quienes nos habla hoy el Apóstol, merecerán ser sepultados en el desierto sin ver la tierra prometida. Con todo, las mismas maravillas de que fueron testigos Josué y Caleb se desarrollaron ante sus ojos; pero nada remedia la dureza de un corazón que se obstina en cifrar sus esperanzas en las cosas de la vida presente, cual si no fuera patente a cada instante la peligrosa inconsistencia.
Pero si el corazón confía en Dios, si se fortifica con el pensamiento de que nunca falta el socorro divino a aquel que lo implora, correrá sin fatiga los años de su destierro y llegará felizmente a su término. El Señor mira constantemente sobre quien trabaja y sufre. Tales son los sentimientos expresados en el Gradual.
GRADUAL
Tú eres ayudador en la oportunidad, en la tribulación: esperen en ti los que te conocen: porque no abandonas a los que te buscan, Señor. V. Porque el pobre no será olvidado para siempre: la esperanza de los pobres no perecerá eternamente: levántate, Señor, no prevalezca el hombre.
Lanza el Tracto un grito a Dios desde el fondo del abismo de nuestra caducidad. Profundamente humillado se ve el hombre por su caída, pero sabe que Dios rebosa misericordia ya que su bondad le prohibe castigar, nuestras faltas como lo merecen; si así no fuera, ninguno de nosotros podría esperar perdón.
TRACTO
Desde lo profundo clamo a ti. Señor: Señor, escucha mi voz. V. Estén, atentos tus oídos a la oración de tu siervo. V. Si examinaras nuestras iniquidades, Señor: Señor, ¿quién lo resistiría? V. Pero en ti está el perdón, y por tu ley he esperado en ti, Señor.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El reino de los cielos es semejante a un padre de familias, que salió de madrugada a contratar obreros para su viña. Y, hecho el convenio con los obreros por un denario al día, les envió a su viña. Y, saliendo cerca de la hora tercia, vió a otros, que estaban ociosos en la plaza, y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que fuere justo. Y ellos se fueron. Y salió de nuevo cerca de las horas sexta y nona: e hizo lo mismo. Salió aún cerca de la hora undécima, y encontró a otros parados, y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día, ociosos? Dijéronle: Porque nadie nos ha ajustado. Díjoles: Id también vosotros a mi viña. Y, cuando llegó la tarde, dijo el dueño de la viña a su mayordomo: Llama a los obreros y dales la paga, comenzando desde los últimos hasta los primeros. Cuando se presentaron pues, los llegados a la undécima hora, recibieron cada uno un denario. Al llegar los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron cada cual un denario. Y, al recibirlo, murmuraban contra el padre de familias, diciendo: Estos postreros sólo han trabajado una hora, y los has igualado a nosotros, que, hemos llevado la carga y el calor del día. Mas él, respondiendo a uno de ellos, dijo: Amigo, no te hago agravio: ¿no conveniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar también a este último lo mismo que a ti. ¿O es que no puedo hacer lo que quiera? ¿Acaso es malo tu ojo, porque yo soy bueno? Así los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos. Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.
LLAMAMIENTO A LAS NACIONES. — Importa mucho comprender bien este paso del Evangelio y ponderar los motivos que decidieron a la Iglesia a colocarle en este día. Fijémonos, por de pronto, en las circunstancias en que el Salvador pronunció esta parábola y el fin instructivo que directamente se propone. Se trata de advertir a los judíos que se acerca el día en que desaparecerá la ley, para dar lugar a la ley cristiana, y disponerlos a aceptar de buen grado la idea de que los gentiles van a ser llamados a hacer alianza con Dios. La viña de que se trata es la Iglesia en sus diversos esbozos desde el principio del mundo hasta que Dios mismo vino a habitar entre los hombres, y crear en forma visible y permanente la sociedad de los que en El creen. La mañana del mundo duró desde Adán hasta Noé; la hora tercia se extendió desde Noé hasta Abrahán; la sexta empieza en Abrahán hasta Moisés; la nona fué la era de los profetas hasta la venida del Señor. Vino el Mesías a la hora undécima cuando parecía llegar el mundo a su ocaso. Las más estupendas misericordias se reservaron a este período durante el cual la salvación había de extenderse a los gentiles por la predicación de los Apóstoles. En este postrer misterio Jesucristo se propone confundir el orgullo judaico. Nota las repugnancias que fariseos y doctores de la ley mostraban viendo se extendía la adopción a las naciones, por las querellas egoístas que dirigen al padre de familias los obreros convocados a primera hora. Esta obstinación será sancionada como merece. Israel que trabajaba antes que nosotros será rechazado por la dureza de su corazón; y nosotros, gentiles, éramos los últimos y llegamos a ser los primeros, siendo hechos miembros de la Iglesia católica, Esposa del Hijo de Dios.
LLAMAMIENTO DIRIGIDO A CADA UNO DE NOSOTROS.— Tal es la interpretación dada a esta parábola por los Santos Padres, señaladamente por S. Agustín y S. Gregorio Magno; pero esta instrucción del Salvador ofrece además otro sentido avalado también por la autoridad de estos dos santos Doctores, Se trata aquí del llamamiento que Dios dirige a cada hombre, invitándole a merecer el reino eterno por los trabajos de esta vida. La madrugada es nuestra infancia. La hora tercia, conforme al modo de contar de los antiguos es aquella en la que el sol empieza a remontarse en el cielo; es la edad de la juventud. La hora sexta, mediodía, es la edad del hombre. La hora undécima precede muy poco a la puesta del sol; es la vejez. El padre de familias llama a sus obreros en estas diversas horas; a ellos les toca acudir en cuanto oyen su voz; y no es lícito a las primeras llamadas retrasar su salida a la viña so pretexto de acudir más tarde cuando vuelva a oírse la voz del Amo. ¿Quién les garantiza se prolongará su vida hasta la undécima hora? Y cuando llega la tercia, puede uno siquiera contar con la de sexta? No llamará el Señor al trabajo de las últimas horas más que a quienes en este mundo vivan cuando estas horas suenen; y no se ha comprometido a reiterar nueva invitación a los que desdeñaron la primera.
La Iglesia nos invita en el Ofertorio a celebrar las alabanzas de Dios. Quiere el Señor que los cánticos a gloria suya sean nuestro consuelo en este valle de lágrimas.
OFERTORIO
Es bueno alabar al Señor y salmear a tu nombre, oh Altísimo.
SECRETA
Suplicárnoste, Señor, que aceptando nuestros dones y nuestras preces, nos purifiques con estos celestiales Misterios y nos escuches clemente. Por el Señor.
En la antífona de la Comunión la Iglesia pide que el hombre, regenerado por el alimento celestial, recobre la semejanza de Dios en que fué creado al principio. Cuanto mayor es nuestra miseria tanto más debemos en Aquel que se abajó hasta nosotros para sublimarnos a El.
COMUNION
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, y sálvame por tu misericordia: Señor, no sea yo confundido, pues te he invocado.
POSCOMUNION
Haz, oh Dios, que tus fieles se fortalezcan con tus dones: para que, recibiéndolos, los deseen y, buscándolos, los reciban sin fin. Por el Señor.


viernes, 3 de febrero de 2017

Miércoles de Cenizas: Bendición de las Cenizas




Miércoles de Cenizas
Bendición de las Cenizas
Rito Simple



I.- Preparativos:
1)      En el Altar: Frontal morado (si lo hay), seis candeleros con velas de cera blanca, la cruz, el Misal sobre el atril; entre el Misal y el ángulo de la Epístola, una bandeja de plata (o de otra materia preciosa), cubierta con velo morado, con la ceniza seca y cernida.
2)      En la Credencia: Lo necesario para la Misa (cantada o rezada). Además, Acetre con agua bendita e Hisopo, bandeja con jabón, jarra de agua, palangana y toalla.
3)      En el asiento: La casulla y el manípulo de color morado.
4)      En la Sacristía: Los ornamentos del Celebrante (Amito, Alba, Cíngulo, estola y pluvial morado), Sobrepellices para los Acólitos, el Turíbulo  con fuego y la Naveta.

II.- Bendición:
1)      Preparado todo y revestidos el Celebrante y los Acólitos, hacen reverencia a la Cruz o imagen principal de la Sacristía y se dirigen al Altar en éste orden: Precede el Turiferario con el Turíbulo fumigante, sigue el Ceremoniario con las manos juntas y por último el Celebrante con las manos juntas en medio de los dos Acólitos que le alzan las fimbrias del Pluvial (si no se usa Pluvial el Celebrante irá detrás de los Acs. 1 y 2). Llegado al Altar el Turiferario hace genuflexión y se retira al lado de la Credencia donde permanece de pie. El Ceremoniario al llegar al Altar se retira un poco al lado de la Epístola. Cuando llegan el Celebrante y los Acólitos, hacen todos la debida reverencia al Altar y suben a la tarima elevando los Acólitos las fimbrias del Pluvial. El Celebrante besa el Altar en el medio y, acompañado de los Acólitos, va al Misal, donde quedan a su lado (un poco atrás) con las manos juntas el Ac.1 a su derecha y el Ac. 2 a su izquierda en tanto que el Ceremoniario descubre las cenizas y luego se coloca a la derecha del Celebrante y le asiste con el libro.
2)      Ya ante el Misal, SIN SANTIGUARSE y con las manos juntas, reza la Antífona “Exáudi” con su salmo alternando con los Acólitos (o sólo y en voz baja si hay cantores); después sin volverse al pueblo reza (o canta en tono ferial) “Dóminus Vobíscun” y las cuatro oraciones, en la primera y segunda de las cuales hace la señal de la Cruz con la derecha hacia las cenizas, teniendo la izquierda extendida sobre el Altar, mientras el Ac. 1 le eleva la fimbria del Pluvial. Terminada la tercera oración el Ac. 2 va a la Credencia a buscar el Acetre, se coloca a la izquierda del Turiferario y ambos suben al Altar. El Turiferario entrega la naveta al Ceremoniario y éste dice al Celebrante “Bendícite, Pater Reverende” y, con los debidos ósculos, entrega la cucharita. El Celebrante impone y bendice el incienso como de costumbre, el Ceremoniario recibe la cucharita con los debidos ósculos y junto con la naveta la devuelve al Turiferario. El Ac. 1 permanece a la derecha del Celebrante elevándole la fimbria del pluvial. El Ac. 2 le entrega al Ceremoniario el hisopo y éste, con los debidos ósculos, lo pasa al Celebrante que asperja tres veces la ceniza (en el medio, a la izquierda y a la derecha) diciendo entre tanto “Asperges me, Domine…” sin el salmo. Después devuelve el hisopo al Ceremoniario que recibe (siempre con los debidos ósculos) y lo entrega al Ac. 2. El Turiferario entrega el incensario al Ceremoniario quien, con los ósculos rituales, lo entrega al Celebrante quien inciensa con tres golpes simples la ceniza (como en la aspersión), después de lo cual entrega el turíbulo al Ceremoniario, que lo recibe con los debidos ósculos y lo entrega al Turiferario. Éste y el Ac. 2 dejan el acetre y el turíbulo en la credencia. El Ceremoniario pone la bandeja con las cenizas en el medio del Altar.
3)      Concluida la bendición y antes de la imposición, el celebrante puede hacer una breve instrucción sobre el significado de la ceremonia (Mem. Rit., Tit. II, C. 2, §1, N° 15). Los Acólitos escuchan sentados en sus puestos como durante la homilía.


III.- Imposición:
1)      Terminada la instrucción (si la hubo), el Celebrante y los Acs. 1 y 2 van al medio del Altar con las manos juntas, hacen inclinación profunda de cabeza hacia la Cruz y se vuelven de cara al pueblo. Los Acs. 1 y 2 cambian de lugar, delante del Celebrante, quedando el Ac. 1 a la derecha del Celebrante y el Ac. 2 a la izquierda quienes elevan las fimbrias del pluvial. El Ceremoniario entrega la bandeja al Ac. 2 y avisa al sacerdote mas digno del clero, que se acerca al Altar (con sobrepelliz, pero sin estola), hace la debida reverencia en el plano, sube a la grada superior, toma con el pulgar y el índice un poco de ceniza y la esparce en forma de cruz sobre la cabeza del Celebrante diciendo: “Memento homo…”, etc. El Celebrante recibe la ceniza de pie sobre la tarima, de cara al pueblo, con la cabeza inclinada y las manos juntas. Impuesta la ceniza al Celebrante los cantores comienzan al Antífona “Immutemur habitu”, etc.

Si no hay otro sacerdote: El Celebrante, de cara al Altar e inclinado en el medio, se impone a sí mismo la ceniza sin decir nada.
Si no hay cantores: El Celebrante va al misal y, teniendo a sus lados a los Acs. 1 y 2 y al Ceremoniario asistiéndole al libro, reza con ellos las Antífonas “Immutemur habitu” y siguientes, concluidas las cuales vuelve al medio.

2)      Hecha la inclinación a la Cruz, se vuelven de cara al pueblo y el Celebrante (teniendo a su derecha al Ac. 1 y a su izquierda al Ac. 2) comienza la imposición empezando con los mas dignos del clero y terminando con los Acólitos. Todos se acercan de dos en dos (si fuesen número impar, los últimos de cada orden irían de a tres) y hacen la debida reverencia al Altar en el plano. Todos reciben la ceniza de rodillas sobre el borde de la tarima y, previa reverencia al Altar, vuelven a su sitio (igual que se hace para la comunión).
Terminada la imposición al clero y a los Acólitos, el Celebrante y los Acs. 1 y 2 bajan al comulgatorio y allí impone las cenizas a los fieles comenzando por el lado de la Epístola. El Ceremoniario y el Turiferario permanecen de rodillas cerca de la credencia.
Concluida la imposición a los fieles, el Celebrante acompañado de los Acólitos, previa la debida reverencia al Altar, se dirige a la credencia, donde se lava las manos, sirviéndole el Ac. 2 el agua y el Ac. 1 el jabón y la toalla. Después por la vía mas corta, van los cuatro al Misal (donde se colocan como al principio) y con las manos juntas canta (o lee) “Dominus Vobiscum…”, “Oremus…” y la Oración “Concede”. Al fin de la cual, previa inclinación profunda a la Cruz, sin ir al medio, bajan al asiento, donde, ayudado por los Acólitos, el Celebrante deja el pluvial y toma el manípulo y la casulla. Entre tanto el Ac. 2 lleva a la Sacristía el pluvial.

IV.- Misa:
1)      Revestido el Celebrante vuelve al Altar con el Ceremoniario por la vía mas larga, hacen la debida reverencia y, omitidas las oraciones al pie del Altar, sube y lo besa en el medio. Todo lo demás se hace como en las Misas Cantadas (o rezadas).



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Bibliografía:
1        1)  Martínez de Antoñana, Gregorio: Manual de Liturgia Sagrada, Décima edición, Editorial Coculsa, Madrid, 1957.
2         2)  Memoriale Rituum, Editio I post Typicam, 1950: Titulus II.

3         3)  Missale Romanum, Editio Typica anni1962.