Pentecostés
Exposición dogmática:
Pascua y Pentecostés, con los 50 días intermedios,
se consideraban como una sola fiesta continuada a que llamaban Cincuentenario.
La Palabra Pentecostés, tomada de la lengua griega, significa 50. Primero se
celebraba el triunfo de Cristo; luego su entrada en la gloria, y por fin, el
día 50, el aniversario del nacimiento de la Iglesia. La Resurrección, la
Ascensión y Pentecostés, pertenecen al misterio pascual. Pascua ha sido el
comienzo de la gracia, Pentecostés su coronación dice San Agustín, pues en ella
consuma el Espíritu Santo la obra por Cristo realizada. La Ascensión, puesta en
el centro del tríptico pascual, sirve de lazo de unión a esas otras dos
fiestas. Cristo, por virtud de su Resurrección, nos ha devuelto el derecho a la
vida divina, y en Pentecostés nos lo aplica, comunicándonos el Espíritu
vivificador. Mas para eso debe tomar primero posesión del reino que se ha
conquistado: El Espíritu Santo no había sido dado porque Jesús aún no había
sido glorificado
Y en efecto, la Ascensión del Salvador es el
reconocimiento oficial de sus títulos de victoria, y constituye para su
humanidad como la coronación de toda su obra redentora, y para la Iglesia el
principio de su existencia y de su santidad. La Ascensión, escribe Dom
Guéranguer, es el intermedio entre Pascua y Pentecostés. Por una parte consuma
la Pascua, colocando al hombre-Dios vencedor de la muerte y jefe de sus fieles
a la diestra del Padre; y por otra, determina la misión del Espíritu Santo a la
tierra. Nuestro hermoso misterio de la Ascensión es como el deslinde de los dos
reinos dividido acá abajo; del reino visible del Hijo de Dios y del reino
visible del Espíritu Santo.
Jesús dijo a sus Apóstoles: Si Yo no me voy, el
Paráclito no vendrá a vosotros; mas si me voy, Yo os le enviaré. El Verbo encarnado
ha concluído ya su misión entre los hombres, y ahora va a inaugurar la suya el
Espíritu Santo; porque Dios Padre no nos ha enviado solamente a su Hijo
encarnado para reducirnos a su amistad, sino que también ha enviado al Espíritu
anto, que procede del Padre y del Hijo, y que apareció en este mundo bajo los
signos visibles de lenguas de fuego y de un impetuoso viento. Vino al mundo
para obrar nuestra santificación.
El Padre, dice San Atanasio, lo hace todo por el
Verbo en el Espíritu Santo; y por eso, cuando el poder de Dios
Padre se nos manifestó en la creación del mundo, leemos en el Génesis
que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, para prestarlas fecundidad (Bendición
de la pila).
Toda la obra de la salvación, y la santificación de
las almas, se opera por la virtud del Espíritu Santo. Él fue asimismo quien
habló por boca de los Profetas, y su virtud cubrió con su sombra a la Virgen
María, para hacerla Madre de Jesús. Él es, por fin, el que en figura de paloma
bajó sobre Cristo al ser bautizado; Él quien le condujo al desierto y le guió
en toda su vida de apostolado.
Pero sobre todo ese Espíritu de santidad inaugura
el imperio que en las almas va a ejercer el día de Pentecostés, al llenar a los
Apóstoles de fortaleza y de luces sobrenaturales. En este Espíritu es bautizada
la Iglesia en el Cenáculo, y su soplo vivificador viene a dar vida al cuerpo
místico de Cristo, organizado por Jesús después de su Resurrección. Por eso
había dicho el Salvador a sus discípulos al soplar sobre ellos: Recibid el
Espíritu Santo.
Y esto mismo siguen haciendo los sacerdotes cuando
administran el Bautismo.
Este aniversario de la promulgación de la Ley
mosaica sobre el Sinaí venía a ser también para los cristianos el aniversario
de la institución de la Ley nueva, en que se nos da no ya el espíritu de
siervos, sino el de hijos adoptivos, el cual nos permite llamar a Dios Padre
nuestro.
Pentecostés celebra no sólo el advenimiento del
Espíritu Santo, sino también la entrada de la Iglesia en el mundo divino,
porque como dice San Pablo, por Cristo tenemos entrada en el Espíritu para el
Padre.
Esta festividad nos recuerda nuestra divinización
en el Espíritu Santo. Así como la vida corporal proviene de la unión del cuerpo
con el alma, así la vida del alma resulta de la unión del alma con el Espíritu
de Dios por la gracia santificante (San Ireneo y Clem. Alejandrino). El hombre
recibe la gracia por el Espíritu Santo, escribe Santo Tomás.
La gracia es la sobrenaturalización de todo nuestro
ser y cierta participación de la divinidad en la criatura racional Cristo se
difunde en el alma por el Espíritu Santo, el cual tiene por misión consumar la
formación de los Apóstoles y de la Iglesia. Él os enseñará todas las cosas y os
recordará todo cuanto Yo os llevo dicho.
De Él dimanará esa maravillosa fuerza doctrinal y
mística, que en todos los siglos se echa de ver, y que estaba personificada en
el Cenáculo por Pedro y por María.
El Espíritu Santo que inspiró a los Sagrados
Escritores, garantiza también al Papa y a los Obispos agrupados en torno suyo
el carisma de la infabilidad doctrinal, mediante el cual podrá la Iglesia
docente continuar la misión de Jesús, y Él es quien presta eficacia a los
Sacramentos por Cristo instituídos.
El Espíritu Santo suscita también fuera da la
jerarquía almas fieles, que, como la Virgen María, se prestan con docilidad a
su acción santificadora. Y esa santidad, triunfo del amor divino en los
corazones, se atribuye precisamente a la tercera persona de la Santísima
Trinidad, que es el amor personal del Padre y del Hijo.
La voluntad, en efecto , es santa cuando sólo
quiere el bien; de ahí que el Espíritu, que procede eternamente de la divina
voluntad identificada con el bien, sea llamado Santo. Fundiendo nuestro querer
con el de Dios, nos va poco a poco haciendo Santos.
Por eso el Credo, después de hablar del Espíritu
Santo, menciona a la Iglesia santa, la Comunión de los Santos y la Resurrección
de la carne que es fruto de la Santidad y su manifestación en nuestros cuerpos
y, por fin, la vida eterna, o sea, la plenitud de la santidad en nuestras
almas.
El torrente de vida divina invade como nunca
nuestros corazones en estas fiestas de Pentecostés, que nos recuerdan la toma
de posesión de la Iglesia por el Espíritu Santo, y que cada año van
estableciendo de un modo más cumplido el reino de Dios de nuestras almas.
Exposición histórica:
Jesús, antes de subir a los cielos, había encargado a sus Apóstoles no se alejasen de Jerusalén, sino que esperasen allí la promesa del Padre, o sea, la efusión de Espíritu Santo.
De ahí que al volver los 120 discípulos del monte
de los Olivos, recluídos en el Cenáculo, perseveraron todos juntos en oración
con las mujeres y María la Madre de Jesús.
Después de esta novena, la más solemne de todas,
tuvo lugar el suceso milagroso que coincidió por especial providencia el día
mismo de la Pentecostés Judía, para la cual hallábanse reunidos millares de
judios nacionales y extranjeros que afluían a celebrar ese día muy grande y
santísimo (Lev. 23, 21), aniversario de la promulgación de la Ley sobre el
Sinaí; por donde muchos de ellos fueron testigos de la bajada del Espíritu
Santo.
Eran como las nueve de la mañana, cuando de repente
sobrevino un estruendo del cielo como de un recio vendaval. Y se les
aparecieron lenguas repartidas somo de fuego que reposaron sobre cada uno de
ellos. Y viéronse todos llenos del Espíritu Santo, comenzando a hablar en otras
lenguas, e impulsos del Espíritu Santo.
Revestida así la Iglesia por la virtud de lo alto,
comienza ya en Jerusalén la empresa de evagelización que Jesús le encomendara.
Pedro, cabeza del Apostolado, empieza por hablar a la multitud y, covertido ya
en pescador de hombres, la primera vez que echa las redes da casi tres mil
neófitos a la Iglesia naciente.
Esas lenguas de fuego simbolizan la ley del amor,
que será propagada por el don de lenguas, y que, al encender los corazones, los
alumbrará y purificará.
Los días que siguieron, reúnense los Doce Apóstoles
en el Templo, en el pórtico de Salomón, y, a imitación del divino Maestro,
predican el Evangelio y sanan enfermos, creciendo pronto el número de varones y
mujeres que creyeron en el Señor. Luego, desparramándose los Apóstoles por
Judea, anunciaron a Cristo y llevaron el Espíritu Santo a los Samaritanos y en
seguida a los Gentiles.
Exposición litúrgica:
El día cincuenta después de bajar el Ángel Exterminador y del paso del Mar Rojo, acampaba el pueblo Hebreo a la falda del Sinaí, y Dios le daba solemnemente su Ley. Por donde las fiestas de Pascua y de Pentecostés, que recuerdan ese doble acontecimiento, eran las más importantes de todo el año.
Seiscientos años después se señalaba la fiesta
Pascual por la Muerte y la Resurrección de Cristo y la de Pentecostés por la
venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.
Entrambas pasaron a ser cristianas siendo las más
antiguas de todo el Ciclo litúrgico, que a ellas debe su origen. Se las llama
Pascua blanca y Pascua roja.
Pentecostés es la fiesta más grande del año después
de Resurrección. De ahí que tenga vigilia y octava de I Clase. En ella se leen
los Actos de los Apóstoles, porque es la época de la fundación de la Iglesia
que en ella vemos historiada.
En la misa del día de Pentecostés y en la de su
Octava, la Antigua Ley y la Nueva, las Escrituras y la Tradición, los Profetas,
los Apóstoles y los Padres de la Iglesia hacen eco a la palabra del Maestro en
el Evangelio. Todas esas partes se vienen a juntar como se juntan las
piedrecitas de un vistoso mosaico, presentando ante los ojos del alma un
bellísimo cuadro, que sintetiza la acción del Espíritu Santo en el mundo a
través del los siglos.
Y para poner todavía más de resalto esta obra
primorosa, la liturgia la encuadra en medio del aparato externo de sus sagradas
ceremonias y simbólicos ritos.
Al sacerdote se le ve revestido de ornamentos
encarnados, que nos recuerdan las lenguas de fuego y simbolizan el testimonio
de la sangre qeu se habrá de dar al Evangelio, por la virtud del Espíritu
Santo.
Antiguamente, en ciertas iglesias se hacía caer de
lo alto de la bóveda una lluvia de flores, mientras se cantaba el Veni Sancte
Spiritus, y hasta se soltaba una paloma, que revoloteaba por encima de los
fieles. De ahí el nombre típico de Pascua de las rosas, dado en el siglo XIII a
Pentecostés. A veces también, para añadir todavía otro rasgo más de imitación
escénica, se tocaba la trompeta durante la Secuencia, recordando la trompeta
del Sinaí, o bien el gran ruído en medio del cual bajó el Espíritu Santo sobre
los Apóstoles.
El cristiano respira ese ambiente especial que
caracteriza al Tiempo de Pentecostés y recibe una nueva efusión del Espíritu
divino. Y para que nada le distraiga del pensamiento de este misterio, la
liturgia lo sigue celebrando durante ocho días, excluyendo en ellos toda otra
fiesta.
La intención bien definida de la Iglesia es que en
estos días leamos y meditemos en cosas relacionadas con el misterio de
Pentecostés, empleando para nuestra piedad individual las fórmulas litúrgicas.
Qué más hermosa preparación a la Comunión, que
mejor acción de gracias podrá darse que la del atento rezo de la Secuencia de
Pentecostés? Es también tiempo muy a propósito para leer los Hechos de los
Apóstoles.
El tiempo Pascual que había empezado el Sábado
Santo, expira con la Hora Nona del Sábado después de Pentecostés.
Fuente: Misal Diario y Vesperal por Dom Gaspar Lefebvre. Traducción y adaptación Germán Prado
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