En el año 1957 Jean Ousset publicaba su obra maestra, “Para que Él reine”. El texto que sigue se encuentra en las primeras ediciones, tanto francesas como españolas. En perfecto acuerdo con la doctrina tradicional de la Iglesia, el autor nos muestra aquí cómo la Misa está en el centro del combate apocalíptico que se desarrolla entre la revolución satánica y la Iglesia. Con esta precisión, sin embargo: la Misa sí, pero “la Misa dicha y bien dicha”, es decir, según la voluntad misma de Dios expresada por los sagrados cánones de la Iglesia.
Tengamos en cuenta que la Misa nueva, tal como se celebra hoy en día, no había sido aún inventada por el Padre Bugnini, de infeliz memoria, pero sí se empezaba a difundir en el clero un espíritu de innovación que pronto terminaría en el desastre conciliar y posconciliar.
Estas páginas son admirables y merecen ser leídas y meditadas por todos los que desean trabajar eficazmente “para que Él reine”. Es, en primer lugar, por la Misa que Nuestro Señor reinará en los corazones y en las instituciones sociales o políticas para que las almas se salven.
Mons. Lefebvre aprobó plenamente no sólo el libro sino también la obra de la Ciudad Católica, con todos los principios doctrinales y modos de acción que ella profesaba y que el libro expone.
Ignoramos por qué motivos este capítulo fundamental sobre la Misa ha sido suprimido de las ediciones posteriores.(1) Pero está claro que no encaja absolutamente ni con las nuevas enseñanzas ecumenistas y liberales del Concilio Vaticano II, ni con el rito reformado de la misa nueva que las expresa.
El lector encontrará en un cuadro aparte la carta de Monseñor Lefebvre publicada en las primeras ediciones del libro. Destaquemos esta frase:“Nuestro Señor reinará en la ciudad cuando algunos miles de discípulos estén convencidos de la verdad que les es transmitida y que esta verdad es una fuerza capaz de transformarlo todo”.
Apoyados, pues, en la doctrina que nos ha sido transmitida y sobre el Santo Sacrificio de la Misa, según el rito tradicional, procuremos colaborar con celo para esta gran obra del reinado de Jesús y María.
Odio de Satanás contra Jesucristo y su Iglesia
“Satanás combate en todas partes —escribe el R. P. Fahey— y en todas partes intenta eliminar lo sobrenatural. El ser entero de este puro espíritu, toda esa incansable energía, de la cual nosotros, pobres criaturas de músculos y nervios, no podemos hacernos una idea adecuada, está, siempre y por todas partes, dirigida contra la sumisión sobrenaturalmente amorosa a la Santísima Trinidad. Nosotros cambiamos de parecer y tenemos necesidad de descanso y de sueño. No le ocurre lo mismo a Satanás. Toda su espantosa energía está dirigida, sin cesar, con el más infatigable encarnizamiento, contra la obra de salvación y de restauración del Verbo hecho carne”.
Hemos visto que el resultado de tal revuelta era, sobre el plan de las ideas, el naturalismo.
Desde el punto de vista en que ahora nos situamos, el de un combate más concreto, podemos observar que los ataques del infierno tendrán, primeramente, como objetivo la humanidad en general, en cuanto privilegiada del Amor divino; seguidamente el orden cristiano más estrictamente considerado, y en fin, la Iglesia Católica, más directamente vulnerable en sus miembros, laicos o sacerdotes. Los sacerdotes, sobre todo, serán el objeto del odio infernal, no solamente porque son los cristianos por excelencia, sino porque son los hombres de la Misa.
La Misa es, en efecto, la renovación de ese sacrificio del Calvario por el cual la humanidad se reconcilia con Dios, con lo que el orden inicial se encuentra de esta forma restablecido por una unión nueva, en cierta manera, de lo natural y de lo sobrenatural: unión que habían destruido y como rechazado nuestros primeros padres.
“El olvido de esas verdades fundamentales —escribe el R. P. Fahey— hace difícil a las gentes, que no leen más que los periódicos y frecuentan el cine, comprender el odio a la Misa y al sacerdocio mostrado por la Revolución, masónica o comunista, en España, en México o en otras partes. La formación dada por Moscú no basta para justificarlo…”
De todas maneras, no huelga saber distinguir lo que Satanás buscaba con la crucifixión de Nuestro Señor y la finalidad que persigue ahora, al provocar y dirigir los ataques contra los que celebran la Misa y los que a ella asisten.
“Satanás movió a los jefes del pueblo judío a desembarazarse de Nuestro Señor, pues tenía conciencia de la presencia en el hombre Jesucristo de una excepcional intensidad de esa vida sobrenatural que detesta; pero, ciertamente, no quería y no pensaba entrar en el orden del plan divino de la Redención. Su orgullo no le permitió comprender el misterio de un Amor que llegaba hasta la divina locura de una inmolación en la Cruz. Los demonios no sabían, en efecto, que el acto de sumisión del Calvario significaba el retorno al orden divino por la restauración de la Vida Sobrenatural de la Gracia para el género humano”.(2)
San Pablo insiste diciendo que si (los demonios) “lo hubiesen sabido, no habrían nunca crucificado al Señor de la Gloria” (I Corintios, 11, 8). Y Santo Tomás: “Si los demonios hubiesen estado absolutamente ciertos de que Nuestro Señor era el Hijo de Dios y si hubieran sabido de antemano los efectos de Su Pasión y de Su Muerte, nunca hubieran hecho crucificar al Señor de la Gloria”.
“Pero, si bien los demonios comprendieron demasiado tarde el sacrificio del Calvario, están, por el contrario, perfectamente enterados de la significación de la Misa. Ahí se adivina su rabia. Todos sus esfuerzos van dirigidos para impedir su celebración. Pero, no pudiendo terminar totalmente con este acto único de adoración, Satanás intentará limitarlo a los espíritus y a los corazones del menor número posible de «individuos...»”
Y esta lucha continuará hasta el fin de los tiempos. De esta forma se comprenden las apremiantes recomendaciones de los Apóstoles y de los Santos para ponernos en guardia contra Satanás y sus demonios. Conocemos la fórmula de San Pedro sobre el león rugiente buscando a quien devorar. San Pablo, por su parte, no temía escribir a los Efesios: “Revestíos de toda la armadura de Dios para que podáis resistir a las insidias del Diablo, que no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires. Tomad, pues, la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo, y, vencido todo, os mantengáis firmes” (VI, 11, 13).
Cuando se ha comprendido el sentido y el alcance de esta lucha, cuando se conoce el plan de universal restauración realizado por Jesucristo y su Iglesia, aparece inevitable que Lucifer y todo el Infierno con él se encarnicen en hacer fracasar este plan y que a la catolicidad (entiéndase: a la universalidad) de la salvación operada por la acción sobrenatural de la Gracia, Satanás busque oponer la negación de un universalismo puramente natural, del cual el Señor de la Gloria sería expulsado y en el cual la obra de la redención estaría neutralizada, anulada.
Pero… “ab ortu solis usque ad occasum… in omni loco sacrificatur et offertur Nomini Meo oblatio munda… De levante a poniente, en todas partes, he aquí que sacrifican y ofrecen a Mi Nombre una oblación pura…”. Esta frase del profeta Malaquías indica, por el contrario, el orden divino.
Que la Misa sea celebrada y bien celebrada (entiéndase: según la voluntad misma de Dios formulada por los Santos Cánones de la Iglesia). Que pueda ser celebrada de levante a poniente, en todos los lugares… Que pueda haber, para celebrarla, numerosos sacerdotes, santos y doctos en la ciencia de Dios… Que todo esté ordenado en este mundo, para que los méritos de la Misa puedan extenderse lo más abundantemente, lo más totalmente sobre el mayor número posible, y para eso, obrar de tal suerte que todo esté puesto en práctica, directa o indirectamente, sobrenatural y naturalmente, con el fin de que el mayor número posible esté lo mejor preparado para cosechar, gustar, buscar esos frutos de salvación eterna más universalmente concedidos… ¿no son éstas realmente las razones supremas del orden universal, y por tanto, la primera justicia? (3) Finalidad de todos los esfuerzos de la Iglesia en cuanto que Ella está directamente encargada del magisterio y del ministerio específicamente religiosos y sobrenaturales. Finalidad muy real, aunque indirectamente buscada, del mismo poder civil y de las instituciones. Finalidad real de ese mínimo, por lo menos, deseable de bienestar, de expansión material, intelectual y moral que Santo Tomás nos ha enseñado que era indispensable, comúnmente, para la práctica de la virtud. Finalidad real de esa defensa de las buenas costumbres, que es uno de los primeros deberes del Principado. Finalidad real, en fin, de esa paz, de esa comunidad, de esa comunión entre los individuos, las clases o las naciones, de las cuales, está bastante claro, el mundo está atrozmente alejado, como también está atrozmente alejado de Dios.
He ahí, pues, en su magnífica unidad, el plan natural y sobrenatural del universalismo cristiano o catolicismo. Sabemos que San Ignacio ha hecho de ello el “Principio y el Fundamento” de sus “Ejercicios”: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, Nuestro Señor, y, mediante esto, salvar su alma. Y las otras cosas sobre la faz de la tierra son criadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que es criado. De donde se sigue que tanto ha de usar de ellas cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto ello le impiden”.
He ahí, pues, lo que Satanás no puede dejar de combatir. Por la persecución manifiesta, o de otro modo, por la presión hábil de un conjunto de instituciones sofisticadas, prohibir alabar, honrar, servir a Dios, Nuestro Señor, y, en consecuencia, entorpecer la salvación de las almas, es imposible que no sea la mayor preocupación del Infierno.
R. P. Guillaume Devillers
NOTAS:
1. El lector puede comprobarlo, por ejemplo, en la edición Cruzamante (Buenos Aires, 1980); este capítulo ha sido omitido en la pág. 90.
2. Como observa San Agustín, “Cristo no ha sido conocido por los demonios más que en tanto que lo ha querido. Cuando Él creyó conveniente ocultarse un poco más profundamente, el príncipe de las tinieblas dudó de Él y Lo tentó incluso para saber si era verdaderamente Cristo, el Hijo de Dios” (“La Ciudad de Dios”, IX, 21). Cfr. Suárez (ter part. div. Thomæ, q. XLI, art. 1, co. 111):“Sobre todo para saber si era el Hijo de Dios se acercó el demonio a Jesucristo para tentarlo”. Sus primeras palabras manifestaron su pensamiento: “Si eres el Hijo de Dios…”
3. Todas las revoluciones, ya sean francesas, rusas, españolas, americanas, etcétera, han destruido, cerrado las iglesias, suprimido a los sacerdotes o, lo que es más grave, han intentado quitarles la posibilidad o incluso el deseo de la celebración cotidiana de la Misa. Se podrían aún observar ciertas corrientes de ideas que se esparcen aquí o allá y según las cuales los sacerdotes deben contentarse (en el transcurso de congresos, por ejemplo) con asistir a la sola Misa de uno de ellos y de comulgar como simples fieles en vez de tener que celebrar ellos mismos la Misa.
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