La fiesta de la Epifanía
Epifanía significa “manifestación”, y es, en
efecto, la fiesta instituida para honrar tres grandes manifestaciones de la
Divinidad de Jesucristo a los hombres: la primera, con ocasión de la Adoración
de los Magos de Oriente; la segunda, en el acto de su Bautismo, en el Jordán; y
la tercera, en las bodas de Caná.
En la primera, los mismos Magos
lo reconocieron como Dios, adorándolo y ofreciéndole, junto con otros dones,
incienso; en la segunda, fué el Padre Eterno quien lo proclamó Hijo de Dios; y
en la tercera, Él mismo se manifestó como tal, convirtiendo milagrosamente el
agua en vino.
La fiesta de la Epifanía es de origen
oriental, como la de Navidad es de origen romano. Al instituirse esta última en
Roma, por el siglo IV efectuóse entre el Oriente y el Occidente una especie de
intercambio litúrgico, aceptando aquél la fiesta romana de Navidad, y éste la
griega de la Epifanía. Desde entonces, el objeto de ambas festividades está
bien deslindado en la Liturgia.
Por lo que se refiere a la Epifanía, la
antífona del Magnificat (II Vísp.), dice expresamente que es éste un día
destinado a honrar tres milagros: la conducción de los Magos al pesebre
del Niño Dios, por medio de una estrella; la conversión del agua en vino, en
las bodas de Caná, y el Bautismo de Jesucristo, por San Juan. De los
tres acontecimientos, el viaje de los Magos es el que ocupa mayor lugar en la
liturgia de este día, y casi es el único a que la Iglesia y los fieles prestan
la atención. Los otros dos tendrán su digna conmemoración en días y domingos
sucesivos. Históricamente hablando, ninguno de estos tres sucesos, ni aún el
del Bautismo del Señor consta de que acaeciese el 6 de enero. Si se los ha
unido en una misma fiesta, ha sido por entrañar cada uno una magnífica
manifestación de la divinidad de Jesucristo.
El de “Epifanía” es, pues, el nombre
litúrgico y oficial de esta festividad; pero los calendarios populares
desígnanla con el más poético de fiesta de los “Santos Reyes”, de cuya
dignidad impropiamente se ha investido a los Magos.
En torno de esta fiesta se han
tejido leyendas encantadoras de carácter cristiano, que aún subsisten en los
países católicos y tienen su repercusión en los hogares. Se ha hecho a los
Magos, reyes; cuando sólo eran sabios, o
a lo sumo, sacerdotes. Se ha dicho y escrito que fueron dos, tres, seis, ocho,
doce y hasta quince; siendo San León, después de Orígenes, el primero que en el
siglo V habla de tres. Los nombres vulgares de Melchor, Gaspar y Baltasar datan
del siglo VII, y aunque no constan en documentos serios, la. liturgia los ha
admitido por lo menos en el Ritual Romano. En el siglo VIII, el Venerable Beda
describe a Melchor anciano y de larga barba; a Gaspar, joven, lampiño y rubio;
y a Baltasar, negro y de espesa barba, pero esta diferencia de razas no se
advierte en la escultura, pintura y numismática primitivas.
Los presentes que ofrecieron cada uno de los
Magos al recién nacido, fueron: oro, incienso y mirra, que llevaban en
preciosos cofres. Por este triple don adoraron a Jesucristo como Dios, como Rey
y como Hombre mortal. Cada uno de estos tres dones simboliza una virtud, a
saber: el oro, la caridad; el incienso, la oración; y la
mirra, la mortificación.
En recuerdo de esto, acostúmbrase en muchas
iglesias a bendecir y ofrecer en la Misa de Epifanía oro, incienso y mirra; y
algunos reyes cristianos, como los de España, eligieron ese día para regalar
tres cálices de oro a tres distintas iglesias. En algunos monasterios
benedictinos es de tradición bendecir en el Ofertorio de la Misa, tres tortas
conmemorativas. Ya se han hecho famosas en Buenos Aires las de la Abadía de San
Benito de aquella Capital.
Anuncio de las fiestas
movibles.
El día de Epifanía, después del Evangelio y
de la Misa solemne, en las iglesias catedrales y monasteriales, hácese, bajo
una fórmula y una melodía tradicionales, el anuncio oficial de todas las
fiestas movibles del nuevo año, así como de la fecha en que ha de reunirse el
Sínodo diocesano. Como rito importante que es, desempéñalo, en las catedrales,
el archidiácono o algún canónigo o beneficiado, y en los monasterios el cantor
mayor, revestido de pluvial y desde el mismo púlpito o ambón donde se canta el
Evangelio.
En la primitiva Iglesia, así de
Oriente como de Occidente, en que las fiestas anuales reducíanse a la Pascua y
a sólo unos cuantos aniversarios de Santos Mártires, el anuncio y convocatoria
a las mismas hacíalos el obispo en la última asamblea litúrgica, a la manera
que ahora hacen los párrocos semanalmente los avisos religiosos. Como la
fijación de la Pascua era entonces labor muy delicada y suscitó apasionadas controversias,
el concilio de Nicea (325) encargó oficialmente a los obispos de Alejandría,
sede a la sazón de sabios astrólogos y calculistas, efectuar anualmente esa
labor y participar el resultado a las demás iglesias del mundo; como
efectivamente lo cumplían mediante circulares llamadas “Cartas pascuales”, que
procuraban llegasen a su destino alrededor de Navidad. Una vez recibido esta
especie de calendario, cada obispo lo daba a conocer a los diocesanos,
empezando por proclamarlo oficialmente en la catedral, bajo fórmulas más o
menos consagradas por la tradición.
En España, desde el Concilio IV de Toledo
(633), la averiguación de la data pascual hacíanla los metropolitanos de común
acuerdo, tres meses antes de la Epifanía, para que en esta fecha todas las
iglesias la conociesen.
Con la divulgación de las tablas astronómicas
y de los Calendarios, llegó un día en que no fué ya necesario el antiguo
procedimiento para enterar a los fieles de las fiestas anuales; pero la Iglesia
no suprimió nunca el anuncio oficial de Epifanía, que conservó como una
reliquia litúrgica en el Pontifical. La fórmula usada es muy antigua, y su
melodía muy parecida a la de Exúltet del Sábado Santo, quizá pertenezca
al siglo IV.
Tomado de: DOM ANDRÉS AZCÁRATE, O.S.B. ; La Flor de la
Liturgia; Buenos Aires, Abadía San Benito, 6ta. Ed., 1951
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